DE LAS HERIDAS A LOS ESTIGMAS DEL SEÑOR
Queridos, que el Señor os conceda su paz.
No nos cansamos de invitar a todos a orar para que podamos mirar nuestro tiempo y nuestra historia con los ojos de la fe, con la ayuda de Jesucristo.
La participación de cada uno de nosotros en el misterio de la Redención, misterio que a veces pasa por el sufrimiento, es oración, es experiencia de la Iglesia. La experiencia de San Francisco de Asís, al recibir los estigmas, don del Todopoderoso, nos ilumina.
San Francisco, amante del Evangelio, es marcado en su carne por el Señor Jesucristo, viviendo así un gran misterio: "una fe vivida en la carne". Incluso hoy, la experiencia de Francisco nos interpela y nos dice que nuestra humanidad, nuestra vida, es visitada y conocida por Dios. Incluso cuando hablamos de heridas, o de humanidad herida, por la fe debemos afirmar que Dios conoce en carne propia tales heridas. Podríamos hablar de una "teología de las heridas". Con el acontecimiento de la Redención realizado por el Hijo de Dios, ningún hombre herido en el mundo puede decir: "¡estoy solo!". Las heridas en el cuerpo glorioso de Jesucristo se convierten en estigmas, y en Él son llevadas ante el trono de Dios Padre. De Jesús en adelante, serán los signos para reconocerle. Son los signos que nos hablan de la grandeza de su amor: ¡hemos sido salvados! Todo esto es inmenso: "llevamos un tesoro en vasijas de barro", diría San Pablo. Es impresionante percibir cómo San Francisco, recibiendo los signos de la Redención, experimentó en carne propia este misterio. Esto es un gran consuelo, también para nosotros hoy, para toda la Iglesia: ¡el Evangelio está vivo y es verdadero!
Con vosotros me pregunto: ¿cómo acoger a esta humanidad herida que experimenta el cansancio de las "heridas" infligidas al Cuerpo de Cristo por las guerras, la indiferencia, la violencia y el orgullo humano? Nos ilumina el bello icono del Cenáculo, en el que sorprendentemente Tomás es el protagonista. Él es quien como incrédulo es llamado a ver y tocar la carne gloriosa de Jesucristo, metiendo los dedos en las llagas de los clavos y metiendo la mano en la herida del costado del Señor. Tomás está llamado a ser creyente de lo imposible, testigo de la Resurrección (Jn 20,25-29). El Apóstol contará a lo largo de su vida ese "contacto con las llagas gloriosas" del Señor: los sagrados estigmas.
Aquí estamos todos, nos encontramos en un tiempo en el que "vemos y tocamos" "heridas sangrantes", estamos llamados a esperar pacientemente que estas heridas se transformen en estigmas gloriosos. Sólo el Señor es capaz de tal milagro. Un día, cuando Él quiera, tendremos el coraje de llamar a las heridas estigmas, pero sólo con su ayuda y su mirada. Oremos para que este misterio de Redención pueda extenderse a los corazones, también a través de nuestro testimonio de una fe vivida en la carne, de manera concreta. Mitiguemos aún, con nuestra oración intercesora, la amargura de Dios que todavía hoy no es amado. Que la Virgen Madre y todos los Santos nos ayuden e intercedan por nosotros míseros, mendigos de amor.
En Cristo
Feliz oración