Significado del Lugar
Eremitorio
“Quedaos aquí, velad conmigo... velad y orad”
(Mt 26,38.41)
Entre los Santos Lugares que se pueden visitar, solo pocos tienen la capacidad de ofrecer al peregrino un momento de descanso, de silencio y de oración. Entre estos, el más sugerente y único es Getsemaní, Lugar ligado a la peculiar memoria evangélica en la que el Señor invita a los suyos a permanecer junto a Él en oración: «Quedaos aquí, velad conmigo... ¡velad y orad para no caer en la tentación!» (Mt 26,38.41). El Eremitorio se creó exclusivamente para «estar dentro» de esa dimensión de amor que el Señor nos ha manifestado durante toda su vida y de forma especial en su Pasión.
Estamos en un Jardín en el que, en distintos episodios, se narra el encuentro, la espera y la preocupación del esposo que espera a la esposa (cfr Ct 2,9). Este Lugar nos habla del amor pleno de Dios hacia todos sus hijos. Aún hoy se percibe Su presencia que interpela al hombre y le pregunta con preocupación paterna y materna: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9).
La Pasión vivida por Jesucristo en Getsemaní narra el gran enamoramiento de Dios por la humanidad. Lo que el Señor vive en su Pasión es la síntesis teológica que comienza en este Lugar, la obra que ha caracterizado todo el camino de su vida terrena. Aquí, como anticipo del designio divino, Jesús emprende la lucha final hasta sudar sangre, mirando a la oscuridad, al ‘sinsentido’, al fracaso y a la muerte.
Pero aquí, en el Huerto de Getsemaní, Jesús no se deja guiar por las tinieblas ni por el ‘sin sentido’ ni por su instinto (ha probado la angustia, el miedo y la soledad), no se deja desviar ni siquiera por sus connacionales, sino que, al contrario, transfigura la oscuridad entrando en ella y poniendo en el centro de todo lo que siempre ha querido y amado desde lo profundo de su conciencia: la voluntad del Padre.
Esta es la Pasión de Dios por la humanidad, manifestada y anunciada desde el principio… cuando la Luz delicada invadía los muros de una pequeña y normal habitación, incluso cuando en el silencio de Nazaret hablaba entre el olor de gruesos y ásperos maderos, y entre los rostros de los campesinos… y ahora en la oscuridad del Jardín donde el Rey Bueno, caído por la fatiga humana de los últimos pasos, con la respiración mezclada con el sudor de la sangre, surge de la muerte convirtiéndose en su Veneno y, en el señorío real, se inclina para acoger entre sus brazos a los hijos agotados y adormecidos, para llevarles en sólida custodia de vida y salvación… a Casa. Así, Jesús cumple el diseño de amor iniciado con la antigua Alianza de Dios Padre.