El eremitorio de Getsemaní
“Lugar santo dedicado exclusivamente a la oración” se lee en la placa junto a la entrada que da acceso al eremitorio de Getsemaní, en Jerusalén. Nos encontramos al comienzo de la subida al Monte de los Olivos. Justo encima de la basílica de la Agonía, los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa han reservado una parte del Huerto de los Olivos para la oración en soledad, como la de Jesús la noche del Jueves Santo. Más que un proyecto, el eremitorio fue una intuición del padre Giorgio Colombini, que desde principios de los años 80 se dedicó al acompañamiento de los huéspedes en su camino de oración. Le sucedió como responsable fray Diego Dalla Gassa, que pertenece a la comunidad franciscana del Getsemaní y se encarga de este lugar desde hace más de 12 años.
Con los que sufren
“Aquí – dice fray Diego –, el Señor vivió su sufrimiento. Desde entonces es un lugar donde cada hombre y cada mujer que sufre es alcanzado por Cristo”. Incluso hoy, con la guerra a pocos kilómetros, desde Getsemaní llega un potente mensaje: “Este lugar habla a la Historia. Hay muchos ‘Getsemaní’ ahí afuera, pero cada uno de ellos debe ser iluminado por la mirada de Jesús”. Muchas veces – reflexiona fray Diego – “nos sentimos impotentes. Sin embargo, vivimos lo que San Pablo escribe en la Carta a los Corintios (1 Cor 12,26). ‘Y si un miembro sufre, todos sufren con él’. Pero también ‘si un miembro es honrado, todos se alegran con él’. Es decir: mi vida, mis esfuerzos, pueden convertirse en oración que, puesta en manos de Dios, se convierte en consuelo para quien lo necesita, y por eso todo el cuerpo se alegra. Es la fuerza de la oración de intercesión”.
La vida en el Eremitorio
Durante las últimas semanas, la vida del eremitorio no ha sufrido cambios pero “hemos intensificado la oración. Nos sentimos solidarios con todos los hombres y mujeres que sufren, con los que son engañados por el Mal. Estamos llamados a permanecer bajo la cruz y experimentar una presencia. Estamos aquí, bajo la cruz, para interceder, orar y pedir a Dios misericordia para los que sufren”. Los días empiezan con la misa de las 6:30 en la basílica, junto con la comunidad franciscana. A continuación, fray Diego dirige la Lectio Divina y se dedica a las personas que solicitan su acompañamiento en la oración, además de ocuparse de todo lo que se refiere al mantenimiento de este lugar. A partir de las 17:30, la fraternidad del eremitorio, junto con los huéspedes que lo desean, se reúne para las vísperas, la adoración en silencio y la misa.
Quienes lo deseen, pueden pasar en el eremitorio varios días de retiro y oración, en completo silencio. Actualmente hay 9 “ermitas” con capacidad para 1 o 2 personas cada una. Alrededor del eremitorio también se ha formado una comunidad de fieles que, a través de la web, siguen manteniéndose informados, sosteniendo este lugar y uniéndose a la oración de la Hora Santa. “Tenemos más de 1200 inscripciones – explica fray Diego –, como para llenar tres basílicas de Getsemaní. Cada jueves – el día en que Jesús oró aquí en Getsemaní y pidió a los apóstoles que velaran con Él – estas 1200 personas se comprometen a rezar la Hora Santa, en unión espiritual con este lugar. Los orígenes de esta devoción se remontan a una aparición de Jesús a Santa Margarita María Alacoque, en la compartió con ella la tristeza y la angustia que sintió la noche de Getsemaní.
En la oscuridad, con el Señor
Incluso en estos momentos, el eremitorio continúa su misión: “Permanecer en oración y observar lo que sucede con los ojos de Dios. El Señor nos pide permanecer en esta oscuridad, en esta lucha que hace sudar sangre, pero junto a Él. Nos dice que no entremos solos en la oscuridad, sino con Él, que ya ha vencido este mal”.
Marinella Bandini