En estos días la sagrada liturgia nos alienta a acoger el Misterio de las Bodas del Señor a través de las solemnidades dominicales que nos ayudan a descubrir ¡cuánto nos ama el Señor! Tales nupcias se narran también en este último domingo en el que hemos celebrado el Santísimo Cuerpo y la Sangre del Señor. Si escuchamos con atención (caer en la cuenta/contemplar/tomar conciencia) lo que ya vivimos en cada santa misa, en las palabras consagratorias se anuncia la ofrenda suprema de Jesús (de una vez para siempre): “Esto es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre” (Mc 14,21-22). Todo esto habla de su manera de “extender” las Nupcias y de ¡su infinito Amor por nosotros! Él nos alcanza, viene a nuestro encuentro: ¡es el Pan de los Ángeles, que adquiere un sabor agradable para aquellos que lo comen! (cfr Sab 16, 20-21). Pero el Señor no está presente solamente en este “momento sagrado” de la Santa Misa. Él nos invita a contemplar, a darnos cuenta de su Presencia misteriosa, que se identifica también con los pobres, la gente, las personas en las que, tras el ocultamiento de la humanidad desfigurada, sigue siendo Él quien es elevado en la Cruz (Cfr Jn 3,14; 8,28; 12,32). El Señor mismo se identifica con su Iglesia (asamblea): “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hch 9,4). También nosotros, en esta tan querida y problemática historia nuestra, podemos caer en la cuenta de dónde está Él, el Señor levantado… para poder decir: “Esto es su Cuerpo… su Sangre”. Es el Cordero inocente que pide nuestra confianza y oración… en Él y por nuestro prójimo cercano y lejano.
Hora Sancta
Somos los hijos de Francisco, custodiamos por voluntad de Dios uno de los lugares más queridos por Jesús: el jardín llamado GETSEMANÍ. Es un lugar único en el mundo: el lugar donde el Señor manifiesta su Sí para siempre con su disponibilidad para entrar donde jamás ha entrado nadie, el lugar donde se hunde en la oscuridad, en su última batalla contra la muerte, por la que la Humanidad siempre ha resultado vencida.