La comunión que Jesús vive con el Padre es íntima en su divinidad y no se separa de su humanidad, ni en los momentos más oscuros. A menudo nos imaginamos a Jesús, aquí en Getsemaní, solo, sufriente y abandonado: esto es un error, ¡Él y el Padre están en nosotros y nosotros en ellos!Esta es la conciencia que debe mantenerse a la luz de la Pascua, un regalo que va más allá de los propios méritos y capacidades.. Esta es la experiencia íntima y definitiva de cada cristiano: ¡jamás estamos solos!El Padre no nos deja solos jamás, esto es imposible; de una imposibilidad absoluta, intrínseca a Dios, a su íntima realidad interpersonal, entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo.Es imposible que el Padre pueda dejar solo a Jesús incluso un solo instante, así como es imposible que cada uno de nosotros se quede solo, porque estamos unidos a Dios de forma indisoluble. Esta es la promesa de Dios sobre nosotros… su “Sí ”.
En estos días contemplamos al Resucitado que Asciende al Padre, desde este monte, por una “Puerta invisible” a nuestros ojos: es la manifestación gloriosa del Padre que ahora se cumple en la estatura perfecta: "antes que el mundo existiera" (Jn 17: 5). Jesús siendo el Verbo del Padre es como si viniese AQUÍ, una vez más, y nos explicara este pasaje evangélico de su Pasión, a nosotros, sus discípulos: "He hecho las cosas que le agradan" (cfr. Jn 8, 15-16; 28-29). Y nosotros, sus discípulos, a la luz de todo esto, podríamos decir conmovidos: "Lo dijiste... es verdad! Lo deseabas, lo querías, ¡realmente lo hiciste por nosotros!”
Oremos este mes para que pueda conocerse siempre más su Amor sin medida.
