Queridos amigos de Getsemaní, ¡paz a vosotros! En este tiempo natalicio y al inicio del nuevo año hemos tenido y tendremos aún el gran don de escuchar y meditar el misterio de la Encarnación: Dios se hace carne y se manifiesta a toda la humanidad. Sabemos y vemos con nuestros ojos que una parte de la humanidad parece permanecer indiferen e incrédulaa ante la visita del Señor, que viene a redimirnos. El Prólogo de Juan evangelista lo afirma: “En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios. (...) En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres; y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. (...) En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. (...) Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,1.4-5.10-11). Podemos sencillamente afirmar que son “cosas antiguas y ¡siempre nuevas!” Pero no queremos poner solo la atención en la no acogida del Hijo de Dios… ¡Siempre sería una relectura demasiado humana! Pongamos nuestra atención en el infinito Amor que Dios Padre manifiesta al dar a su Hijo Unigénito a toda la humanidad más allá de la capacidad de acogida que ella demuestra. Y el don con asombro comienza a resplandecer en nosotros de una manera desmedida en la pertenencia a Él: "Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios (...) Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia" (Jn 1,12-13.16). Es también el gran misterio que AQUÍ en Getsemaní, como en todos los lugares de nuestra redención, Dios se manifiesta concretamente de modo sublime y del todo nuevo, donando de sí mismo: en su infinito amor, en su preciosísima sangre, en su carne, por su voluntad… ¡Unidos a la voluntad del Padre, hemos sido engendrados hijos suyos! También nosotros, con Juan, podemos alabar al Señor y decir: "De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia" (Jn 1, 16). El discípulo amado escribe finalmente: "Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros..." (Jn 1, 14). Comparto con vosotros algunas preguntas que siguen abiertas en la búsqueda de una adhesión concreta por nuestra parte. Me pregunto: en este año nuevo, aunque aún en pandemia, ¿cómo podemos permitir a Dios "encarnarse"? ¿Cuál es el modo concreto de acogerlo, amarlo, adorarlo y seguirlo por el camino del amor? ¿Qué nos impide acogerlo? ¿Cómo se "encarna" en mi casa, en nuestra realidad? Feliz año, que sea en el Señor.
Hora Sancta
Somos los hijos de Francisco, custodiamos por voluntad de Dios uno de los lugares más queridos por Jesús: el jardín llamado GETSEMANÍ. Es un lugar único en el mundo: el lugar donde el Señor manifiesta su Sí para siempre con su disponibilidad para entrar donde jamás ha entrado nadie, el lugar donde se hunde en la oscuridad, en su última batalla contra la muerte, por la que la Humanidad siempre ha resultado vencida.