EL CIELO Y LA TIERRA PASARÁN, PERO MIS PALABRAS NO PASARÁN (Mc 13,31)
Paz a todos vosotros desde Jerusalén.
Nuestro viaje cuaresmal se acerca al gran misterio pascual que tuvo lugar precisamente en esta ciudad: ¡Jerusalén! Los días que todos vivimos nos remiten a la verdadera ofrenda que nuestro Señor Jesucristo hizo aquí. Una vez más, todos nosotros, ante la forma de actuar de Dios, nos encontramos desplazados... asombrados. ¡El Misterio de nuestra salvación se cumple de esta manera tan diferente a cómo la podemos pensar e imaginar! Los Evangelios de la Pasión, no casualmente hoy, resuenan de una manera fuerte, como si la Palabra de Dios fuera interpretada por los acontecimientos que todos estamos viviendo, en primer lugar, cuando vemos a las víctimas inocentes de este conflicto y de cada injusticia.Al visitar nosotros mismos los lugares de nuestra redención, percibimos un nuevo significado en el que los acontecimientos y el Evangelio se unen y despiertan nuevas luces, nuevos significados... como si el Señor se identificara con todas las víctimas inocentes, con todos los que sufren, con los hijos creados a su imagen y semejanza. ¡Un misterio dramático y real del Evangelio que se actualiza hoy!En el Cenáculo es Él quien dice: "Este es mi Cuerpo (...). Tomad y comed todos (...). Esta es la sangre de la nueva y eterna Alianza derramada por vosotros" (cf. Mt 26, 26-29). Él se identifica con quien se está ‘rompiendo’: "mi cuerpo". La gente, los miembros que sufren, esta humanidad herida... es su Cuerpo. Aquí en Getsemaní, este versículo resuena en voz alta: "En medio de su angustia oraba con más intensidad. Y su sudor se volvió como gotas de sangre que caían al suelo" (Lc 22,44). ¿Cuánta sangre inocente, cuántas personas (¡almas!) están y estarán "cayendo" a tierra? También en este jardín, Pedro, en su sincero amor por Jesús, tratará de defender al Maestro, pero escucha la respuesta: "Mete la espada de nuevo en la vaina, porque todos los que empuñan espada, a espada morirán. ¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, que inmediatamente me enviaría más de doce legiones de ángeles? Pero, entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, que dicen que esto tiene que pasar? (Mt 26.52-54). Esta es una gran provocación, todavía hoy mal entendida y no aceptada: una invitación al camino de la paz. Las armas no conducen a la vida ni al cumplimiento de las Escrituras. No lo dice cualquiera sino el Hijo de Dios, ¡la Palabra del Padre! En el Gólgota, el suplicio de Cristo en la cruz recoge los gritos de todo crucificado: "Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como mi dolor" (Lam 1,12). Y sigue resonando, entre el ‘vocerío humano', la súplica insuperable elevada al Altísimo que todavía se siente como un eco en el valle humano: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que están haciendo" (Lc 23, 34). Y como última palabra, en el corazón de una multitud infinita de personas (¡también en nuestros corazones!) está la deseada espera del don del Resucitado: ¡la Paz! Solo Él es nuestra primavera... Y al final nos sorprenderá con su Presencia resplandeciente, su sonrisa consoladora para abrir sus brazos con las marcas de los clavos y decirnos de nuevo: "Paz a vosotros, soy Yo".Los acontecimientos ponen de relieve el Evangelio, pero en realidad son los acontecimientos que son alcanzados e interpretados por la Palabra eterna, que nunca tendrá fin. Oremos con gran confianza y ayudemos al Señor a redimir el mundo con nuestra pequeña participación, oración y ofrenda sincera.
El Señor está vivo, ha resucitado.