Queridos amigos de Getsemaní, ¡paz a vosotros!
Acabamos de entrar en el tiempo litúrgico del Adviento, un tiempo en el que el Señor nos da muchas oportunidades para descubrir su amor sin medida y su presencia en nuestra vida y en nuestra historia. Este tiempo se caracteriza por la espera. La espera en sí siempre está en relación con alguien o algo. ¡Vista como un fin en sí misma estaría vacía, sin sentido y no serviría a nadie! ¡Esperar a nadie no sirve a nadie! Cada uno de nosotros espera a alguien. Todos nosotros vivimos una espera, por consiguiente, humana, pero que se hace profunda y reveladora si es teológica. Todo esto lo podemos ver en las páginas del Evangelio que narran el cumplimiento de la Promesa. Están los diferentes protagonistas: María (Lc 1,26-38); José (Mt 1,18-24); Zacarías (Lucas 1,5-25); Isabel (Lc 1,39-46.56-68.80); Simeón y Ana (Lc 2,22-40); los Magos, Herodes, el pueblo (Mt 2,1-12). Desde un punto de vista humano, podríamos decir que existe la espera humana: María esperaba al Mesías, pero tal vez como un sentimiento colectivo, del pueblo, ¡pero seguramente no esperaba ser ella la elegida! José esperaba tener una esposa, una familia santa, hijos, como todas las familias santas de Israel, pero no ser el custodio del Hijo de Dios. Y así también los otros personajes.
Vemos que la mayoría de los que son visitados por Dios se encuentran en su vida cotidiana. Uno en casa, otro en oración, este en la calle, aquel en el Templo, o de viaje. Son personas que llevan una vida sencilla, santa, recta. Oran, observan la Ley, tratan de corresponder al deseo de Dios en la observancia de los mandamientos. Otros esperan en el silencio y la vida oculta. ¡Otros son alcanzados por Dios, por su "espera", de modo unilateral, con la gratuidad divina, sin expectativas!
Aquí está la novedad de la perspectiva teológica: ¡hay una espera por parte de Dios, que obra, que siempre es sorprendente y nos pilla de improviso! ¡Es una gracia! Es un don que nos supera y tiene perspectivas mucho más grandes; que nos toma de la mano personalmente pero que implica a toda la humanidad. Nosotros esperamos a Dios pero Él nos espera primero. Lo mismo sucede aquí en Getsemaní. Nosotros pensamos encontrar al Señor, yendo a su encuentro, pero es verdad lo contrario: es Él quien viene a nuestro encuentro y nosotros debemos dejarnos encontrar. ¿Le esperamos? ¡Seguro! Pero ¡cuán cierto es que el Señor nos espera desde la eternidad!. ¡Él, Infinito y Todopoderoso, se manifiesta en la pequeñez y nos acoge y nos implica a nosotros, sus pequeños hijos! Él es el Eterno y busca entrar en contacto con nosotros, pacificando el cielo y la tierra, haciéndose uno de nosotros para hacernos entrar en la eternidad. Tratemos de dialogar con el Señor en la oración de la Hora Santa. Es el mismo Niño de Belén quien nos susurrará: "¡Desde la eternidad te he esperado!" No nos cansemos de rezar al Príncipe de la paz.
Que el Señor os bendiga
Feliz camino de Adviento y feliz Navidad