Queridos amigos de Getsemaní, ¡paz a vosotros!
Acabamos de cruzar el umbral del nuevo año, y nos parece obligado desear que sea un tiempo en el que el Señor pueda ser el centro y un motivo de esperanza para todos los creyentes y para la humanidad entera. Por desgracia, a pesar de la belleza y la "novedad" antigua pero siempre nueva del nacimiento del Salvador del mundo, no podemos ocultar ciertas preocupaciones que todos vivimos: las guerras que existen en varias partes del mundo, la crisis económica, la confusión política en muchos países y la proliferación, cada vez más lacerante, de situaciones de injusticia, en las que vemos especulaciones de los ricos y situaciones duras que se imponen a las familias hasta llevarlas a una vida inhumana. ¡Ricos más ricos y pobres más pobres!
También nosotros vemos aquí situaciones difíciles, personas resignadas y escuchamos frases llenas de desaliento: "¡Nunca cambia nada!". También la Iglesia entera vive un tiempo de prueba y purificación, la apostasía es creciente, las vocaciones están en gran disminución y la confusión reina un poco por todas partes. ¡Junto con vosotros nos preguntamos cómo podemos mirar estas situaciones y esta historia... que a pesar de todo es siempre seguida y amada por el Señor! Pensamos que este es precisamente el punto crucial, tener cada vez más un modo de contemplar la historia con la confianza en Dios. Esperamos su manifestación, la Epifanía, y queremos hacerlo hoy, aún con más confianza y esperanza en Él. Aquí en Getsemaní, por la noche, el Señor le revela a Nicodemo: "Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
Esta afirmación: " …tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito" es muy intensa y actual. A la luz de la Navidad que acabamos de celebrar podemos contemplar hasta qué punto el Misterio de la Encarnación es verdaderamente la novedad absoluta que Dios Padre, en su omnipotencia, quiso donar a la humanidad, haciéndose el hombre Jesús puso límite al misterio de la iniquidad y al poder que el maligno tiene sobre nosotros. Con el don supremo del Hijo, el Emmanuel, es como si nos dijera a cada uno de nosotros: "No temáis, he aquí que hago algo nuevo (Is 43,18-19), Yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos (Mt 28,20)". Al mismo tiempo, el Verbo que se hace carne y viene a habitar entre nosotros (Jn 1,14) es la Palabra más elocuente para toda situación contraria a Dios, para todo pensamiento o situación de oscuridad y odio que todos vemos o experimentamos. Es como si Dios le dijera al mal: "¡Ahora ha llegado tu fin, tienes el tiempo contado, ya no tienes más el dominio sobre mis criaturas!" Cuando las situaciones de contrariedad o de prueba quieren sofocar nuestra confianza en Dios, recordemos esta gran verdad que Dios nos manifiesta aún hoy en el Misterio de la Encarnación! Miremos nuestra humanidad y este tiempo difícil con mirada de fe y con gran esperanza, no solo con ojos humanos, de lo contrario no podemos comprender hasta el fondo la grandeza de la obra de la Redención que ¡Dios ha realizado por nosotros! No nos cansemos nunca de orar e invocar al Príncipe de la paz y a nuestra Madre celestial que intercede por nosotros.
Que el Señor os bendiga
¡En la única oración del Señor!