NACE LA ESPERANZA
¡Paz a vosotros desde el Jardín de Getsemani!
Ya hemos entrado en el tiempo fuerte del Adviento y el Señor nos invita a reavivar nuestra esperanza en Él, el Eterno que ha nacido para nosotros. También nosotros somos invitados a nacer de nuevo para Él. El Adviento es, de hecho, el tiempo propicio y absolutamente especial en el que estamos llamados a contemplar el misterio de la Encarnación, en el esplendor de la noche de luna llena, en la cual el Hijo de Dios se hace carne, decidiendo convertirse en uno de nosotros y habitar entre nosotros!
Vivimos en una época en la que parece que toda referencia se desmorona; la crisis es social, eclesial y personal; Dios, a menudo, ya no es nuestra referencia fundamental. Sin embargo, incluso en este momento histórico tan paradójico, habitado por conflictos, odio, rivalidades, venganzas justificadas por los grandes poderes políticos, Él continúa, en su infinita misericordia, viniendo a habitar entre nosotros como hombre Dios (cfr Jn 1,11-14): ¡esto nos da tanta esperanza!
Así que en este tiempo fuerte se nos da la oportunidad de reavivar el sentido de nuestra fe y pertenencia al Señor, de creer que nuestro Dios, el Emmanuel, es el Dios de lo imposible. Un sabio hermano nuestr, venerado por la Iglesia como Doctor, el beato Duns Scoto, afirma: "Potuit, decuit, ergo fecit", que significa: ¡era conveniente hacer esto, podía hacerlo y lo hizo! Todo es posible para Dios, y nosotros, con mucha esperanza y fe, queremos invocarlo de nuevo: "Ven Señor Jesús". El Señor nace otra vez, pide sencillamente ser acogido, para descubrir el asombro de estar en contacto ¡con el Rey del universo! Esta es la maravilla de la esperanza que no es dada por los hombres, por la política o por quién sabe qué estrategia humana, sino que es la esperanza que nace de quien la vive en su corazón y la pone en práctica con una vida laboriosa, iluminada por esta Presencia de Dios. Es una Luz aparentemente frágil, pequeña, humana, oculta, necesitada de ser custodiada, es la Verdad que debemos abrazar y besar con el amor más verdadero e intenso que tenemos: ¡es el Hijo de Dios, el Niño de Belén!
El nacimiento del Hijo de Dios renueva en nosotros las bodas eternas del Cordero y se perpetúan en el tiempo para nosotros, pequeños, y nos piden a cada uno que las celebremos también hoy, a la espera del encuentro en el cual lo contemplaremos cara a cara: ¡misterio sublime!
Él es el Amor, su sueño es salvar al mundo entero, ¡para eso viene! Contemplemos este misterio con ese temblor que el ‘Poverello’ de Asís atestiguó en Greccio hace unos 800 años! (1223-2024). Las fuentes franciscanas narran que en Greccio, un pueblo perdido del valle de Rieti, el ‘Poverello’ quiso «hacer memoria de aquel Niño que nació en Belén y de alguna manera dejar entrever también con los ojos del cuerpo las molestias con las que se encontró por la falta de las cosas necesarias para un recién nacido; cómo fue acostado en un pesebre y como yacía sobre el heno entre el buey y el burrito» (FF 468: 1Cel 84). Luego su biógrafo, Tomás de Celano, cuenta la celebración de la Natividad del Señor, la santa Misa y el Evangelio cantado por Francisco: "Y llega el día de la alegría, el tiempo del júbilo! (...) aquella noche, que iluminó con su estrella brillante todos los días y los tiempos (...) en aquella escena se honra la sencillez, se exalta la pobreza, se alaba la humildad. Greccio se ha convertido como en una nueva Belén. (...) Francisco se viste de levita, porque era diácono, y canta con voz sonora el santo Evangelio: esa voz fuerte y dulce, clara y sonora es una invitación para todos a pensar en la suprema recompensa. Luego habla al pueblo y con palabras muy dulces evoca al recién nacido Rey pobre y a la pequeña ciudad de Belén”.
Finalmente se cuenta la gracia y los efectos de aquel acontecimiento (...) "por medio de su santo siervo Francisco, el niño Jesús fue resucitado en los corazones de muchos que lo habían olvidado, y quedó profundamente grabado en su memoria amorosa. Terminada aquella vigilia solemne, cada uno volvió a su casa lleno de inefable alegría". (FF 469-470: 1Cel 85-86). Este es nuestro deseo y nuestra oración por cada uno de nosotros y por toda la humanidad: ¡Señor, despierta en nuestro corazón! ¡Tú eres el Príncipe de la paz verdadera! Tú eres el Amor, no te detengas, no retrocedas por nuestras cerrazones e indiferencias... Tú eres el Esposo de la humanidad, nosotros sabemos que "las grandes aguas no podrán apagar el amor" (Ct 8,7), ¡ven!
Desde el Jardín de Getsemaní, estamos convencidos que aún hoy el Señor busca a otros hijos, almas buenas y disponibles que puedan repetir con Él el "sí" al Padre, para llevar a cabo su plan de salvación universal. ¡Ayudémosle!
En la noche santa de Su Nacimiento, os llevamos con nosotros a Belén.
¡Feliz Navidad!