¡Queridos hermanos, paz a vosotros desde Jerusalén!
Os hacemos llegar estas palabras para responder a los muchos mensajes de solidaridad y solicitud de información sobre lo que está sucediendo. Os pedimos que oréis, sabiendo que es la única y más poderosa acción que podemos realizar ahora. Esto es lo que podemos pedir a Dios: ¡tener una mirada profunda sobre la realidad, percibiendo con Él lo invisible, que es más real que lo visible! Esto no significa vivir desencarnados... ¡todo lo contrario!
"Porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso - nos dice san Pablo - sino contra los Principados, las Potestades, contra los Dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos" (Ef 6,12-13).
Es normal que cada uno de nosotros, a través de las imágenes y las noticias de los medios de comunicación, se sienta partícipe del sufrimiento de la gente y de lo que está sucediendo en esta tierra, ya martirizada. Todo esto es horrible e irracional. Encontramos luz en la Palabra de Dios: "Si un miembro sufre, todos sufren con él, si un miembro es honrado, todos se alegran con él" (1 Co 12, 26). ¡Qué verdaderas son estas palabras! Pero si, por una parte, sufrimos con quien sufre, de la misma forma, con pequeños y concretos gestos de amor, podemos ser consuelo, una 'caricia' que alivia a quien llora en el dolor.
Pensamos que todo esto es lo que se considera vivir una comunión profunda y "hacer de nuestra vida un sacrificio vivo a Dios" (Rom 12, 1). El secreto de esta sencilla invitación es precisamente este: todos nosotros podemos ayudar a quien está en la prueba con nuestra oración concreta, y Dios, que es quien sabe y conoce, administra misteriosamente ese bien que es realmente consuelo para los "miembros que sufren en esta humanidad herida".
Más que alinearnos de un lado o del otro, tratemos de percibir cuán profundamente sufre Dios al ver a sus hijos, hechos a su imagen, que se agreden, se matan, se odian, usando los talentos que Él les ha dado para hacerse daño mutuamente, hijos hechos a su imagen pero ya no a su semejanza.
Desde este lugar santo en el que el Hijo de Dios luchó para salvar 'con su sangre, hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación' (Ap 5, 9), os invitamos a poneros de rodillas con nosotros en esta Roca, junto a nuestro Señor Jesucristo, verdadero Rey de la Paz, y a elevar a Dios Padre una oración insistente implorando su ayuda y su intervención, solo Él tiene el poder de detener y dominar el mal que quiere destruir a toda la humanidad. Los cristianos, miembros de Cristo, tenemos la gran responsabilidad de interceder ante Dios, junto con María Santísima, Reina de la Paz, para la salvación del mundo entero.
Recemos sin cansarnos